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martes, 2 de noviembre de 2010



Érase una vez un sabio muy conocido que vivía en una montaña del Himalaya. Cansado de convivir con los hombres, había optado por una vida sencilla, y pasaba la mayor parte de su tiempo meditando.

Este sabio, como era un hombre muy compasivo, no dejaba de dar un consejo aquí y otro allá. A pesar de todo, éstos aparecían en grupos cada vez mayores y, en cierta ocasión, una multitud se agolpó a su puerta diciendo que en el periódico local se habían publicado que el sabía cómo superar las dificultades de la vida.

El sabio les pidió a todos que se sentasen y esperasen. Cuando ya no quedaba espacio para nadie más, él se dirigió a la muchedumbre que esperaba frente a su puerta:

-Os os voy a dar la respuesta que todos queréis. Pero debéis prometerme que, a medida que vuestros problemas se solucionen, les diréis a los nuevos peregrinos que me fui de aquí, de manera que yo pueda continuar viviendo en la soledad que tanto anhelo. Contadme vuestros problemas.

Alguien comenzó a hablar, pero fue inmediatamente interrumpido por otras personas, ya que sabían que aquélla era la última audiencia pública que el hombre santo daría, y temían que no tuviera tiempo de escucharlos a todos. El sabio dejó que la escena se prolongase un poco más, y por fin gritó:

-¡Silencio! Escribid vuestros problemas y dejad los papeles aquí, frente a mí.

Cuando todos terminaron, el sabio mezcló todos los papeles en una cesta, pidiendo a continuación:

-Id pasando esta cesta de mano en mano, y que cada uno saque un papel y lo lea. Entonces podréis cambiar vuestro problema por el que os ha tocado, o pedir que os devuelvan el papel con el problema que escribisteis originalmente.

Todos los presentes fueron tomando una de las hojas de papel, la leyeron, y quedaron horrorizados. Sacaron como conclusión que aquello que habían escrito, por muy malo que fuese, no era tan serio como lo que afligía a sus vecinos. Dos horas después, intercambiaron los papeles, y cada uno volvió a meter en su bolsillo su problema personal, aliviado al saber que su aflicción no era tan dura como se imaginaba.

Agradecieron la lección, bajaron la montaña con la seguridad de que eran más felices que los demás, y –cumpliendo el juramento realizado- nunca más permitieron que nadie perturbase la paz de aquel hombre santo.

Paolo Coelho

Mar te dice al oído:

Hacemos de nuestros problemas un mundo,por
pequeños que sean, sin reparar que en el
mundo existen grandes problemas...

Que si hacemos dieta..hay muchos niños que mueren de
hambre...

Que si este jersey no se lleva..hay quien no
tiene con que cobijarse en el mas duro invierno.

Que si esta comida no me gusta..
hay quien no tiene que echarse a la boca.

Que si no vemos todo color de rosa..
hay quien nació vièndolo todo negro..

6 comentarios:

Kike dijo...

Que buen ejemplo que has dado, cuanta verdad tiene.
Te dejo una cita que me viene a mente.

Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella, el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cual es la estrella que lo guía.
(Antoine de Saint-Exupery)

Besos Mar.
Gracias

Isabel Soriano dijo...

Hola amiga. Otro texto más que nos invita a la reflexión. Si se pudiera compartir todo entre todos este mundo sería el Paraiso.
Cuando se siente un problema hay que mirar siempre al que viene detrás...puede que esté peor que tú.
Gracias por compartirlo. Un beso!

marea@ dijo...

de acuerdo... pero la paja en el propio ojo es la que realmente no nos deja ver... deberíamos aprender a mirar más allá.. cierto... un beso.

victoria eugenia dijo...

Muy buena moraleja. mis felicitaciones. Saludos. Victoria.

Elisa dijo...

Buena historia:)
Saludos y buen fin de semana

sonini dijo...

Dá que pensar....., gracias. A veces necesitamos a alguien que nos ponga los pies en la tierra.

 
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